Recuerdos (de la pandemia): todas cuidamos de todas.


Texto publicado en El Comercio el 12 de marzo de 2022. Un viaje rápido y extraño por algunos de aquellos días del 2020.

Fotografías rcofinof

Recuerdo cuando firmé, a última hora de la tarde, el viernes 13 de marzo de 2020, la resolución en la que se detallaban las medidas excepcionales relacionadas con la covid-19 en Asturias. Llevábamos todo el día reunidos. Eulalia Fernández, la secretaria general técnica de la Consejería de Salud, me pidió salir de la reunión en la que estábamos todo el equipo directivo con el consejero. Ya era de noche. Me senté en una mesa redonda que hay en la esquina para firmar el documento. «Se cierra Asturias», pensamos.

Recuerdo que todas las semanas habían sido muy intensas, especialmente aquella última, anticipando el ritmo de trabajo de lo que fueron los meses de estos dos años. Ya se habían ido tomando decisiones como el cierre de diferentes centros educativos en los que hubo casos. La noche del 8 de marzo se tomó la decisión del cierre del primero. Recuerdo aquella conversación nocturna con Ismael Huerta, jefe del Servicio de Vigilancia Epidemiológica, para valorar la situación. Recuerdo a Isma aquellos días, y todas las semanas de después, con dos o tres teléfonos sonando sin parar, e Isma contestando: ‘Vamos a ver…’. Recuerdo que el lunes hubo varias reuniones con la Consejería de Educación y con todas las direcciones de los centros educativos para informar de la situación. Recuerdo que llovía y que pensé que la gabardina que llevaba iba a quedarse siempre en mi imaginario como la gabardina de la pandemia. Recuerdo aquella noche hablando con Mario Margolles y solicitándole que necesitaríamos su ayuda. Recuerdo su ‘sí’ inmediato y sin peros. Un sí rotundo que escuché muchas veces más durante dos años, pronunciado por diferentes personas comprometiéndose a trabajar en la pandemia: Pepe, Pablo, Ana, Mamen, Charo, Luismi, Bea, Miguel, Jose, Nacho, Josina… cientos más. Los que ya estaban en Salud Pública y los que se fueron incorporando. Recuerdo que el martes falleció la primera persona por covid en Asturias. Un religioso de un centro educativo. Tengo el mensaje de las 8.56 del 12 de marzo cuando escribí a Fernando Doménech, director del centro, para poder hablar con él y trasladarle que comunicara a la familia la importancia de limitar los contactos en el velatorio porque no sabíamos con seguridad a lo que nos estábamos exponiendo. Recuerdo la enorme serenidad y comprensión de Fernando con la situación. Recuerdo con mucha preocupación las imágenes de Italia y de Madrid. 

Recuerdo contestar mensajes de compañeras que trabajan en centros de salud y en hospitales, su miedo, su incertidumbre, su rabia a veces, pero sobre todo su enorme compromiso con la sociedad y sus pacientes. Infinito compromiso. Las recuerdo bien a ellas y recuerdo bien, aunque no las conozca y no las haya visto jamás, a todas sus familias. Recuerdo a mi familia día tras día de aquella semana, cuidando, anticipando lo que serían estos años. Recuerdo hacer declaraciones a los medios y recuerdo que estaban las preguntas que me hacían en abierto y las otras preguntas, las personales y de la incertidumbre, las que me hacían cuando se apagaban las grabadoras, las preguntas que nos hacíamos todos. Recuerdo a Alicia Blanco, secretaría de la Dirección General, 24 horas disponible. Recuerdo las conversaciones el jueves de aquella semana con Paloma Navas –directora de salud pública de Cantabria en aquel momento– en las que nos comentaba la posibilidad de poner en marcha medidas extraordinarias de cierre de actividad y de cómo nos envío el primer texto de su resolución, que también publicaron en Cantabria el viernes 13. 

Recuerdo que Paloma me planteó la posibilidad de contar con el Ejército y recuerdo que Esperanza Alonso, responsable de salud laboral en Salud Pública y teniente de los Cuerpos Comunes, me explicó todas las posibilidades de dispositivos, hospitales de campaña y recursos que tenía el Ejército y que podíamos solicitar. Y me recuerdo bajando con Esperanza, pocos días después, durante el confinamiento, cruzando un Oviedo vacío, desde el Calatrava a Plaza España, entrando en las dependencias de Delegación de Gobierno para tener una reunión con las diferentes fuerzas de seguridad del Estado y pensar que todo aquello no podía estar pasando. Y recuerdo haber pensado ese momento en el poema ‘Que venga el poeta’, de León Felipe. Recuerdo el trabajo inmenso de las fuerzas de seguridad del Estado y las conversaciones diarias con Enrique Nuño, de Delegación. Recuerdo el compromiso de los grupos políticos, incluso aunque a veces pareciese que tuvieran que aparentar no estar de acuerdo, porque eso es lo que toca en lo que a veces son teatrillos lamentables de nuestra democracia. Recuerdo comenzar a hablar esa semana con Alejandra Fueyo, directora de un cargo muy largo del Sespa cuyo nombre aún no me he aprendido –hermana y compañera que ha sido fundamental estos meses junto con el resto de equipos directivos del Sespa– de la importancia de tener un sistema para organizar la mejor atención sanitaria por niveles y en diferentes dispositivos y que cada paciente fuera atendido en el mejor lugar que necesitara. Recuerdo a Conchita Saavedra, pulso firme al timón, diciendo que no nos preocupáramos por las PCRs, que en micro en el HUCA tenían una técnica propia que nos iba a garantizar autonomía. Y recuerdo, aunque esto es una combinación de imágenes posteriores que quizás nunca existieron, a Santiago Melón tocando una guitarra y diciendo que lo estábamos haciendo muy bien, pero que no se nos fuera la pinza con los cribados. Recuerdo la reunión con UNGA y la tranquilidad y seguridad de Roman y Marlén. Y el trabajo que se comenzó a realizar, desde diferentes entidades, con las personas más vulnerables. 

Recuerdo a Adrián pidiendo una americana antes de la rueda de prensa en el HUCA, cuando se comunicó el primer caso diagnosticado, y recuerdo su carácter y su espíritu de la cuenca que tan necesarios y fundamentales han sido, y la suerte que hemos tenido de contar con él como presidente de nuestra comunidad autónoma durante la pandemia. Recuerdo el dolor de pensar que el primer caso diagnosticado era un poeta, que era Luis, que era quien había escrito un libro que tanto hemos amado. 

Y recuerdo todo lo de después: el trabajo y la responsabilidad de los diferentes sectores, el compromiso de trabajadoras y empresas, de todas las consejerías, de todas y cada una de las personas de Asturias (ese panóptico de asturianas y asturianos que soberbiamente fotografió Muel en su Sinécdoque), el esfuerzo de las compañeras de salud pública echando horas y horas. Recuerdo todo lo que se ha construido colectivamente: organizar los sistemas de vigilancia específicos en residencias, en educación, salud laboral…la revisión de eventos, poner en marcha el sistema de rastreo (embrionario y épico al principio, una maquinaria casi perfecta después, con Josina Villanueva y sus 300 rastreadoras), Miguel Prieto dando un paso adelante en el nuevo servicio creado, las pérdidas y las ausencias, la puesta en marcha de la encuesta de seroprevalencia, las campañas de sensibilización, la revisión de protocolos, la adaptación de los mismos, los informes epidemiológicos que fueron surgiendo, la organización de procesos, la redacción en paralelo de la Ley de Salud Pública para construir futuro en Asturias, las reuniones de coordinación con todos los sectores, todas las reuniones por Teams, los mensajes, las comisiones de salud pública, las comparecencias y las preguntas parlamentarias, las ruedas de prensa, las preguntas y las respuestas, los nombres y apellidos de todas las personas fallecidas, la puesta en marcha del sistema de alerta naranja, los llamamientos y los cribados selectivos, los miedos, las resoluciones y la normativa, la confusión de transparencia con trabajar con calma los datos, las metáforas bélicas que nos han demostrado que la pandemia, siendo terrible, es una cosa, pero que la guerra es otra mucho más terrible aún, aunque será estúpido hacer un ranking de desgracias porque todas son una puta mierda. 

Recuerdo las diferentes olas, cuando logramos subir los primeros informes de Mario et al, el cuatro plus o cuando Javi Liébana desplegó el sistema de indicadores en el OBSA que nos permitió visualizar y comunicar mejor la toma de decisiones, recuerdo a los que se han puesto de frente y a los que se han puesto de perfil, las reuniones con los ayuntamientos, la llegada de la vacuna, el trabajazo de Marta Huerta y el equipo de las nueve de la mañana, clave durante toda la campaña, y todas la reuniones posteriores para ir consensuando grupos de vacunación y logística, más sistemas de indicadores, monitorización y comunicación de la vacuna y todas las reuniones diarias con el SESPA, uña y carne, a piñón fijo todos los días durante casi dos años, para hacer todo lo mejor posible, lo mejor que sabíamos, lo mejor que podíamos. 

Recuerdo que ya era de noche, aquel 13 de marzo de 2020, cuando firmé la resolución en aquella pequeña mesa redonda. Y recuerdo como me miraba Lali, preocupada por el profundo significado de lo que estaba empezando. Mi querido Sergio Valles –uno de los directores claves que hemos tenido y tenemos en esta legislatura, una de esas personas que trabajan mucho en la sombra, sin afán de protagonismo, pero apoyando y resolviendo todo lo que haga falta– trataba de hacer alguna broma sobre el tema para quitar hierro, pero todo el equipo directivo de Consejería y el SESPA, en aquel despacho, el viernes, éramos conscientes de la magnitud y la gravedad de lo que estaba ocurriendo.

Recuerdo también la noticia al día siguiente, sábado por la mañana, de la declaración del estado de alerta. La recuerdo como en un estado de vigilia, algo ausente, con la impresión que la decisión que habíamos tomado el día anterior había sido correcta. La más correcta posible en aquel momento. Recuerdo que de noche estaba agotado. Llegué a casa pensando sólo en llamar a mi madre para contarle cómo iba todo. Mientras marcaba, recordé que mi madre había muerto hacía trece años. Lo más curioso es que no colgué, sino que dejé sonar la llamada esperando su voz, esperando que me repitiera aquello que solía decirnos: «En esta casa, en esta tierra, lo más importante es que todas cuidemos de todas. Aún así, quizás las cosas no salgan como nos gustaría, pero es importante que siempre todas cuidemos de todas».

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