El poder ni se crea ni se destruye sólo se transforma


Hace unos días tuve la suerte de poder compartir un seminario de trabajo sobre el papel del poder en la búsqueda de la equidad social, racial y sanitaria que coordinaban tres buenos colegas: Marjory Givens (directora asociada de los County Health Rankings & Roadmaps de la Universidad de Wiscosin), Jennie Popay (directora del Centre for Health Inequalities y codirectora del Liverpool and Lancaster Universities Collaboration for Public Health Research) y Jonathan Heller (fue cofundador de Human Impact Partners y ahora mismo trabajando en Canadá en análisis de poder y equidad en salud). Con las dos primeras he tenido la suerte de coincidir en varias ocasiones, compartir conversaciones, risas, paseos y proyectos de trabajo. A Jonathan tuve la fortuna de conocerle a través de Marjory y de compartir un espacio de formación el pasado verano. Desde nuestro país participaban Daniel de la Parra (catedrático en la Universidad de Alicante y que es un referente, en España e internacionalmente, en investigación en equidad y salud y como experto en salud en la comunidad romaní) y Daniela Miranda (investigadora del Centro de Investigación y Acción Comunitaria de la Universidad de Sevilla).

Mi primer manual de promoción de la salud y de comunitaria -y posiblemente el más importante- fue aquel de Aprendiendo a promover la salud de David Warner y aquella imagen de la brecha de conocimiento entre el campesino y el académico-intelectual es nítida para entender de donde partimos muchas veces y para tratar siempre de ser lo más humildes posibles y generosos en la creación o intercambio de saberes y conocimiento.

Brecha de conocimiento en Aprendiendo a promover la salud de Werner y Bower.

Tengo siempre bastante dudas sobre si la creación de ciertos marcos teóricos – aunque asumo que sean necesarios para el conocimiento- lo que también sirven es para alejar el mismo de las mayorías. Mi impresión es que (a veces) tomamos el conocimiento y los saberes de las mayorías, lo complejizamos, lo encuadramos en determinados frameworks, nos lo llevamos a las universidades o las escuelas de otoño, hacemos papers, tesis, TFMs, TGMs y al cabo de unos años volvemos a intentar trasladarlo a las mayorías – traduciéndolo por supuesto porque no lo entiendo ni dios- en un afán complejo porque hay mucho gap en el despliegue de tan altas ideas. Estas dudas y reflexiones críticas me las asumo y hago propias por lo que a mi parte respecta, aunque también me escudo en que precisamente la historia de este blog ha sido la de tratar de entender algunos conceptos elevados que me costaban (y me siguen costando) digerir.

Lo que más conozco de Marjory, Jennie y de Jonathan es que parten de terreno y que han querido impregnar de barrio y de terreno las cimas académicas donde desarrollan su trabajo. Algo que tranquiliza mucho y que augura buenos proyectos -están en ello- de futuro..

Interesa mucho el análisis de poder. Los vínculos y las relaciones de poder. Cuando trabajamos en desarrollo comunitario una de las herramientas más sencillinas en la fase de análisis de una comunidad es realizar un sociograma: un ejercicio aparentemente muy banal, pero que arroja claves de las diferentes personas, grupos, instituciones, colectivos que hay en un territorio, cómo es su relación entre ellos y cómo se distribuye el poder (que a veces parece aquello de que no se crea ni se destruye, sólo se transforma). Mentalmente, o anotando en una libreta, ye muy bueno siempre analizar esto.

Quizás sin tener ni utilizar de forma precisa algunos de los modelos de análisis de poder, casi todos lo hemos analizado en nuestra práctica diaria (laboral o no laboral): Sergio Calleja mencionaba el otro día en una sesión el tiempo en que tardamos en interrumpir a nuestros pacientes; hace años Ana Porroche nos citaba bibliografía de cómo las mujeres son más interrumpidas en conferencias que los hombres, tenemos algunos ejemplos recientes de la asimetría en la utilización de poder en dos espacios políticos cuando un hombre contesta de determinada forma a una mujer (realmente es un eufemismo utilizar «asimetría de poder”: cuando se trata de género se llama machismo y cuando se trata de elementos raciales se llama “racismo”: vamos a ser claros y como diría Anibal que «Ni Ibex35 ni polles«). Ayer en la visita al centro de penitenciario de Villabona recordábamos esos otros espacios de poder y no-poder entre los más excluidos, la invisibilidad de muchos colectivos. Las dificultades de poder de los que levantan la voz y la mano pero no son escuchados. Una niña levantando en la voz en un aula para hablar, pero nadie miraba para ella. El género y la clase social. Aquello de lo que creo que hablaba Marmot en el Status Syndrome sobre la capacidad de control de nuestras vidas que está muy ligado al sentido de coherencia de los salutogénicos. Ese sentido de autoestima alto o de aquellas personas que tienen su sentido coherencia y su locus de control fragmentado por los mundos (la limpieza de la casa, el cuidado de los hijos, necesidad de sentirme bien, llegar a fin de mes) y donde el poder es una puta mierda.

El Congreso de los Diputados y sus anexos es un espacio más que interesante para este análisis de poder. Posiblemente es uno de los mundos más guionizados y mediatizados en los que he vivido y trabajado hasta ahora. Es interesante analizar las variables que hacen que determinados grupos o personas acumulen poder. No me refiero solamente al número de votos o al número de escaños. Es mucho más interesante, sutil y entramado que todo eso. Mucho más subjetivo y gaseoso. Es interesante analizar como se consigue alcanzar poder y acumularlo, pero también es casi más interesante observar cómo se puede perder. Es muy interesante también observar en ciertos grupos cómo se comparte poder. Esto no lo tengo todavía muy analizado en este medio, pero sí en el medio comunitario, Cómo el reparto de poder sí puede tener un efecto sumativo y colectivo muy potente en la transformación de comunidades más que cuando existe una minoría que lo posee y lo retiene como un objeto sagrado. Las clases sociales, tener varios apellidos unidos por guiones, la pertenencia a determinados partidos, las familias de origen, los grupos de pertenencia, tener determinada voz o la construcciónes de ciertos relatos, la palabra, los mitos, las historias de vida profesionales, los procesos curriculares, las vinculaciones ideológicas, los pactos de sangre dentro de partidos y dentro de subgrupos de estos, las alianzas, ciertos elementos identitarios en lecturas e intelectualidades, las trayectorias vitales compartidas o haber compartido ciertas rutinas, bares o códigos postales (el asunto del madrileñocentrismo, por ejemplo) o los ritos de pertenencia grupales. Las personalidades que acumulan poder o las que lo reparten. Y los objetivos diferentes de quienes acumulan poder: aquellos que su empleo es hacia el bien común colectivo o aquellos que es para el bien individual, la mayor gloria propia y el engrosamiento curricular.

Pienso mucho en algunas sociedades que saben transformar ese poder y repartirlo. Con una naturalidad sencilla como empaparse en la lluvia o acariciar el lomo de un perro que pasa. Me viene a la memoria aquella escuela en Tariquía, en Bolivia, en otro siglo pasado, en la primavera de las emociones y los afectos: una comunidad de adultos y campesimos, con una mujer promotora y lider, joven, con su wawa a la espalda ordenando y distribuyendo poder. Una escuela ya de noche sólo con unas luces alumbrando. Y su hija otra hija, pequeña aún pero con más poder que su madre, podía levantar la mano -ella sí- y parar la asamblea -ella así-para que todos le pudieran escuchar. Nítida y preci(o)sa decía: «¿Cuándo acaba todo esto y alguien me cuenta un cuento?».

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