Recorrer el mundo. Perec. Especies de espacios


Recorrer el mundo, surcarlo en todos los sentidos, nunca será algo más que conocer unas cuántas áreas, unas cuantas fanegas: minúsculas incursiones en vestigios desencarnados, escalofríos de aventura, búsquedas improbables coaguladas en una bruma almibarada de la que nuestra memoria sólo guardará algunos detalles: más allá de esas estaciones y de esas carreteras, y de las pistas resplandecientes de los aeropuertos, y de esas exiguas bandas de terreno iluminadas durante un breve instante por un tren nocturno lanzado a gran velocidad, más allá de los paisajes largo tiempo esperados y descubiertos demasiado tarde, y de los montones de piedras y de los montones de obras de arte, lo único que habrá será tres niños corriendo por una carretera blanca, o una casita a la salida de Avignon, con una cancilla de madera pintada de verde hace mucho tiempo, las siluetas de los árboles perfiladas en la cima de una colina en los alrededores de Sarrebrück, cuatro obesos risueños en la terraza de un café en los suburbios de Nápoles, la gran calle de Brionne, en Eure, dos días antes de Navidad, a eso de las seis de la tarde, el frescor de una galería cubierta en el zoco de Sfax, una minúscula presa que atraviesa un lago escocés, una carretera llena de curvas cerca de Corvol-lÓrgeuilleux… Y junto a todo ello, irreductible, inmediato y tangible, el sentimiento de la concreción del mundo: algo claro, más próximo a nosotros: el mundo, no ya como un recorrido que hay que volver a hacer sin parar, no como una carrera sin fin, un desafío que siempre hay que aceptar, no como el único pretexto de una acumulación desesperante, ni como ilusión de una conquista, sino como recuperación de un sentido, percepción de una escritura terrestre, de una geografía de la que habíamos olvidado que somos autores.

Georges Perec. Especies de Espacios. Montesinos

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